La
antocianina o antocianidina pertenece al grupo de los bioflavonoides y es un
pigmento rojo azulado que protege a las plantas, sus flores y sus frutas contra
la luz ultravioleta (UV) y —por su propiedad antioxidante— evita la producción
de radicales libres.
El
término antocianina fue propuesto por Marquart en 1835 para describir el
pigmento azul de la col lombarda (Brassica oleracea). Actualmente las
antocianinas engloban a los pigmentos rojos, violetas y azules de las plantas.
Las
antocianinas, además de las flores también pueden encontrarse en las hojas,
haciendo que muestren un color rojizo. Esta coloración puede deberse a un
mecanismo de defensa, a estimular la polinización o bien a una degradación de
la clorofila.
Que
las hojas muestren un color rojo bien diferenciado ocurre en muchas especies,
tales como: Amherstia, Andira, Bombax, Brownea, Calophyllum, Cecropia, Ceiba,
Cinnamomum, Coccoloba, Diospyrus, Eugenia, Gustavia, Lophira, Mangifera, Mesua,
Pachira, Persea, Saraca, Triplaris.
También
vemos altas concentraciones de antocianinas en la Acalypha, aunque también
podemos encontrarlas en muchas especies de la familia Araceae y, por supuesto,
en las espectaculares familias Bromeliaceae, Marantaceae, Liliaceae,
Euphorbiaceae, que atraen a los polinizadores a sus flores.
En
algunos árboles, como el arce rojo Americano (Acer rubrum) o el roble escarlata
(Quercus coccinea), los flavonoles incoloros se convierten en antocianinas
rojas cuando la clorofila de sus hojas se degrada.
En
otoño, cuando la clorofila se descompone, los flavonoides incoloros se ven
privados del átomo de oxígeno unido al anillo central, lo que los convierte en
antocianinas, dando colores brillantes. Esta transformación química que
consiste sólo en la pérdida de un átomo de oxígeno es la responsable de nuestra
percepción de los colores del otoño.
Las
antocianinas que aparecen en el otoño probablemente son las que protegen a las
hojas del efecto de los rayos UV del Sol. Se especula que esta protección de
las hojas aumenta su efectividad para transportar nutrientes durante su
senescencia.
Las
hojas jóvenes de muchas plantas del bosque tropical tienen coloraciones rojizas
o verde rojizo, debido a pigmentos antociánicos. Se ha sugerido que tales
pigmentos pueden proteger a la hoja contra la luz ultravioleta, aunque otros
autores piensan que, como estos colores se asemejan a los de hojas secas o
muertas, podrían servir de protección contra los depredadores, ya que los
herbívoros descartarían estas hojas y se alimentarían de otras plantas, sin
embargo otros, suponen que la antocianina juega un papel triple: como
favorecedor de la fotosíntesis, como protector contra la depredación y como
precursor de la lignina.
No
hay que confundir las antocianinas con los carotenoides, que también le dan
color a las flores y hojas, aunque a diferencia de las antocianinas, no son
solubles en agua, sino que al igual que las clorofilas, están adosados a las
proteínas de los cloroplastos. Los carotenoides dan colores rojo-anaranjados o
amarillos, mientras que las antocianinas dan un abanico inmenso de colores: la
malvidina da color purpúreo, las flavonas dan marfil o amarillo, muy frecuente
las hojas de Agave, Erythrina indica, Pandanus, Sanseviera; la delfinidina,
azul; la cianidina, violeta; la pelargonidina, rojo y salmón como en
Pelargonium, Dahlia, o Papaver.
Su
efecto sobre nuestro sistema inmunitario es muy similar al de los flavonoides y
carotenoides. Al proteger las estructuras del propio organismo de las especies
de oxígeno dañinas, refuerzan tanto las defensas como el poder de regeneración
del organismo. Los estudios demuestran que los deportistas de competición, a
los que se les da bayas de aronia durante los periodos de entrenamiento intenso,
se recuperan más rápidamente que los deportistas del grupo de control que no
reciben ninguna baya.
Por
último, más allá de sus efectos antioxidantes, las antocianinas también pueden
actuar como agentes terapéuticos debido a sus propiedades neuroprotectoras,
antidiabéticas y cardioprotectoras.